COLUMNISTAS GOLEAMOS

Nicolas Pees Labory

Estudiante de Comunicación Social UCES

Las opiniones expresadas en este artículo son de absoluta responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan la opinión de www.goleamos.com.
Fecha: 07 de Marzo de 2016

Sensaciones de un argentino en el Camp Nou

Me siento un privilegiado habiendo asistido a ver en vivo a uno de los mejores equipos de la historia. Por eso, no puedo dejar pasar mi experiencia. 

No voy a mentir cuando digo que, una de las cosas que más me entusiasmaban de mi viaje antes de viajar, era el hecho de que iría a ver a uno de los mejores equipos de la historia, en vivo. Barcelona-Sevilla, además; partido áspero y peleado. Por suerte, estuve muy ocupado disfrutando como para ponerme ansioso por el partido, así que la espera se me hizo rápida. Después de jugar en Saint Cugat (afueras de Barcelona) volvimos todos al hotel a cambiarnos y esperamos el bondi en la esquina, bastante abrigados. Muchos de nosotros decidimos ir con la camiseta de nuestro club, para por lo menos sentirnos un poquito más en casa y decir “soy argentino, de este club y orgulloso”. Pero más que nada, para que la gente nos viese y dijese “Messi” automáticamente, como si tuviesen un interruptor que se prendiese solo con el simple hecho de visualizar algo de nuestro país.
Llegamos a las inmediaciones del Camp Nou cantando canciones de cancha de acá, demostrando un poco nuestra pasión incontenible, porque era inevitable cumplir con algunos rituales muy propios de nuestro futbol. Éramos cerca de 80, por lo que antes de entrar nos fuimos dividiendo según el lugar del estadio que le tocaba a cada uno. El acceso no tiene mucha ciencia, tan solo escaleras de cemento que conectan casi directamente con las puertas y las tribunas del lado de adentro. Después de subir hasta arriba de todo, pasamos el umbral para que ante nuestros ojos se abriera un lugar imponente y mágico, aunque aun vacio por la hora. La única contra en la que todos coincidimos (éramos alrededor de 15 en ese sector) era la distancia a la que se encontraba el campo. Para hinchas tan sentimentales como nosotros, se nos hace difícil estar tan lejos de donde ocurre la acción. A nosotros nos gusta gritar, putear, alentar, y que los jugadores lo escuchen por mas que se hagan los boludos.
Nos sentamos todos juntos lo más abajo posible (aun lejos) rogando que no llegaran los dueños de los lugares. Entre foto y foto queriendo inmortalizar el momento, un muchacho de nacionalidad desconocida me vio con la camiseta de River, y lo vio a Manu Rocca con la camiseta de Boca al lado mío. Le debe haber parecido por lo menos extraña la imagen de rivales compartiendo un momento así, porque nos pidió unas fotos juntos como si fuésemos Aimar y Riquelme. Esa debe ser otra de las cosas que en el exterior sorprenden: La amistad detrás de la camiseta. Cuando se trata de River y Boca, hay un abismo enorme que separa a las personas, pero desaparece automáticamente cuando se cambia de tema. Finalmente, me terminaron sacando con un par mas, por lo que decidimos hacer uso de nuestra viveza criolla y buscar un lugar mas cercano a la acción. Se nos hacía imposible aguantar estar tan allá arriba, por lo que arrancamos escaleras abajo a buscar un par de lugares desocupados.
Cuando estaban los equipos entrando a la cancha, llegamos a la segunda bandeja, descendimos lo más que pudimos hasta que encontramos, con e Colo y Felix, tres lugares cercanos vacios. No escatimamos y nos quedamos ahí, para darnos cuenta cuando dimos vuelta la cabeza de que nos encontrábamos en un lugar privilegiado. Ya habíamos pagado bastante plata por asistir, por lo que cualquier cosa extra era un regalo venido del cielo.
Arrancó el partido, y nosotros todavía no podíamos creer lo que estábamos viendo. Al principio, aunque no lo crean, nos costaba concentrarnos en el partido por la imponencia de lo que estaba ante nuestros ojos. Cuando finalmente nos pudimos meter delleno en el espectáculo, nos fuimos dando cuenta de que el partido no estaba tan accesible para el Barcelona, y de que el Sevilla estaba de a poco asustando con los contraataques. Un ratito después nuestros miedos tomaron forma en un tipo de apellido Vittolo que conectó un centro con el pie y le cruzo la pelota a Bravo. Nos miramos con el Colo y los dos pensamos lo mismo: no podía perder el Barcelona con nosotros 80 en la cancha. Los hinchas locales, sin embargo, no parecían enojarse ni impacientarse. Muy calmados, puteaban con palabras correctas, cantaban tímidamente y alentaban. Eso si, los silbidos existen acá, allá y en todos lados, y las quejas también. Después de un rato mas, empecé a notar un fenómeno que se me hizo mucho más evidente en vivo:  el poco roce que existe entre las piernas de los jugadores; no muerden, no aprietan, simplemente van a buscar la pelota lo más limpio posible, evitando la falta, como si tuviesen miedo de las consecuencias. Gran diferencia con nuestro futbol local, en donde algunos jugadores (por no decir la gran mayoría) casi que tienen algún extraño vicio con las patadas.
En el minuto 29 hubo una falta a Suarez en el borde del área, un lindo tiro libre para un derecho. Se pararon Messi y Neymar. Al levantar la cabeza y mirar alrededor, vi que no solo el Colo y Felix estaban filmando el momento, sino que rápidamente el estadio se iba iluminando de destellos blancos apuntando hacia ese lugar. Yo, sin embargo, decidí disfrutar el momento. Si entraba, gracias a Dios lo vi. Si no, una lastima. Pero no quise centrarme en otra cosa que no fuese la pelota. Creí que si le pegaba Messi se le iría alta por su posición, pero no. Cruzo la pelota al palo del arquero, y gol. Mi gira ya había valido la pena a partir de ese momento. No importaba que me robasen la billetera, que me sacasen dos dientes, o que no tuviese agua caliente en el hotel. Haber visto un gol de tiro libre de Lionel en vivo era mucho más de lo que podía esperar ver en toda mi vida como espectador. Desde ese momento, sonreí.
El segundo tiempo encontró a un Sevilla tirado mucho más atrás, menos agresivo y ya jugándose todo al pelotazo y al contraataque. Esta ultradefensividad le valió un córner en contra, que luego de un par de rebote, derivaría en una buena jugada colectiva finalizada por el inmortal Gerard Pique abajo del arco y todo a la normalidad. Sin embargo, el Sevilla no bajo los brazos y la vía antes nombrada le resulto eficaz logrando inquietar al local un par de veces, con paradas magníficas de Bravo. El juez, por su parte, demostró más de una vez tibieza ante algunos roces más duros que los de costumbre, sin amonestar ni cobrar o todo lo contrario en momentos equivocados. Luego de una magnífica jugada de Neymar, debió haber cobrado un penalazo, pero al hacer la vista gorda, la hinchada comenzó a cantar intentando ofenderlo. Nunca más nos vamos a olvidar del “que malo eres, arbitro, que malo eres” del publico catalán. Me dio tanta gracia que me reí, porque acá los hinchas nos agarramos con la vieja, la hermana, la integridad física y todo lo que encontremos del árbitro que podamos usar en su contra. El partido siguió, y por mas que busco, el Barsa no encontró el tercero y casi que terminó sufriendo con un par de embates rivales, pero logró finalmente la victoria deseada. Después de aplaudir y tararear el himno local, emprendimos la retirada junto con la marea blaugrana, felices porque acabábamos de ver jugar al hombre perro (qt. Hernan Casciari) y nos regalo, sin siquiera saberlos, uno de los mejores momentos de nuestras vidas. Antes de pasar la puerta, me di vuelta y me despedí ya con un dejo de nostalgia del lugar, prometiéndome volver lo antes posible a disfrutar de semejante obra de arte, que nunca deja de repintarse. 







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